La decisión y/o elección de emigrar a un nuevo país implica realizar la elaboración del duelo para que haya una adaptación positiva. Es un proceso largo que conlleva tiempo, dificultades y la aceptación de un gran número de emociones y sentimientos contradictorios.
Algunas personas sienten que no han vivido un duelo migratorio mientras que otras tienen la sensación de que es eterno. Dependiendo de las características del lugar y de la persona, este proceso puede ser más largo, angustiante y difícil.
Sin duelo no hay adaptación e integración posible en el país donde elegimos vivir y transitarlo implica atravesar diferentes pérdidas para dar lugar a las ganancias, que fueron el motivo de nuestra migración.
En esta oportunidad quisiera brindar un aporte psicológico sobre este tema ya que cuando uno emigra -tarde o temprano- transita el duelo migratorio.
¿Qué es un duelo?
Desde la psicología el duelo está relacionado con la pérdida y los seres humanos vivimos dentro de una dialéctica donde circulan las ganancias y las pérdidas, por lo que podríamos considerar que estamos constantemente haciendo duelos, algunos más importantes y difíciles de elaborar que otros.
La palabra “duelo” tiene un doble significado, por una parte se refiere a un “dolor” y por otra parte implica un “desafío o combate de a dos”. Ambas acepciones son aplicables a los que emigran, ya que experimentan dolor por lo que dejan, por aquello que pierden y afrontan un desafío ante lo que les espera.
Freud, el padre del psicoanálisis, nos dice que el duelo es la reacción del sujeto a la pérdida de una persona amada, de una idea o de un proyecto cuyo valor y significación son importantes para la persona. Cuando la realidad nos muestra que ese objeto (persona, idea, proyecto) está perdido tenemos que retirar el afecto/amor que fuimos depositando a través del tiempo. De alguna manera aparecen una serie de desafíos o combates que tienen por objetivo lograr el desapego a ese objeto que ya no está, para poder transferir ese afecto a otro lado.
De lo que estamos seguros es que no se duela aquello que no se ama o no tiene un valor importante para nosotros e inclusive y como dice el dicho “hasta que no se pierde no se valora”.
¿Qué es el duelo migratorio?
Es el proceso de elaboración de las pérdidas asociadas a la experiencia migratoria. Es un duelo diferente a otros, y es por eso que quiero especificar algunas características vinculadas al mismo.
En primer lugar es un duelo parcial, porque no hay una pérdida total del objeto “país de origen”, podemos retornar o visitarlo. Esto en algún punto conlleva una dificultad, ya que ante la angustia la primera opción que barajamos es volver o no a nuestro país.
Es un duelo recurrente, ya que puede activarse ante una visita al país de origen, donde nos sentimos tristes, y con la angustia de tener que regresar al lugar donde hemos elegido vivir; o ante estímulos como: escuchar el acento mientras vamos caminando por una ciudad, una comida, un olor o una llamada con un familiar. Para algunas personas es un duelo que no finaliza nunca, aunque cada vez duela menos, de una u otra manera intentamos convivir con ello.
Por último es un duelo múltiple, ya que son varias las pérdidas que afrontamos al emigrar. El psicólogo Joseba Achotegui ha detectado las siguientes pérdidas que afronta un inmigrante: la lengua, la cultura, la familia y los amigos, el estatus, el contacto con el grupo étnico, la tierra y los riesgos físicos.
Las 7 pérdidas
La lengua: “me cuesta mucho hablar en este idioma, siento que no me entienden” “trato de comunicarme lo justo y necesario, me da mucha vergüenza” “a veces extraño hablar en español, ahora estoy leyendo más libros en mi idioma”, esta pérdida tiene gran impacto en el sujeto. La lengua nativa es aquella con la que podemos expresarnos libremente y como quisiéramos, el no poder hacerlo puede producir inhibición, vergüenza e insatisfacción. Si no se sabe la lengua del país donde vamos a vivir, el esfuerzo y la frustración puede ser muy grande. Sin embargo aquellos que hablan fluido el idioma, pueden tener pequeñas barreras como el no poder decir o entender los chistes que se realizan en una conversación informal o amistosa.
La cultura: “extraño las reuniones los domingos y los asados”, “a veces escucho la radio de allá, no sé… me conecta”. Todo lo referente a la cultura forma parte de nuestra identidad como sujeto y en la experiencia migratoria se pierden las costumbres, forma de alimentarse, el modo en que nos relacionamos y pensamos, la idiosincrasia, las normas y códigos, los referentes culturales, entre otros. El inmigrante en su proceso de adaptación termina integrando su cultura y la del país de acogida.
La familia y amigos: “lo que más quisiera es darle un abrazo a mi vieja”, “se acerca navidad y tengo ganas de estar allá con mi familia”. Cuando uno emigra no pierde a sus seres queridos, pero si la distancia afecta en el tipo de relación establecida previamente. Tanto los latinoamericanos como los españoles suelen ser muy cercanos a los afectos y el no poder compartir nuestro día a día con ellos, produce sufrimiento y una gran sensación de soledad.
El estatus: “estoy cansada de trabajar de otra cosa que no sea lo mío” “estudié tanto para nada, acá no puedo ejercer mi profesión” “mi primer trabajo fue en una inmobiliaria, tardé dos años en acomodarme en algo que realmente me guste”. En la mayoría de los casos, la migración comporta una pérdida de nivel social ya que insertarse en el mundo laboral del país de acogida inicialmente puede no responder a nuestro proyecto de vida. Para ejemplificar: aquellos que tienen una carrera que debe ser homologada deben aplazar sus objetivos profesionales hasta la obtención de homologación. Si en el país que hemos elegido vivir se habla en otro idioma, esto también termina afectando nuestro nivel socio-laboral, provocando una sensación de insatisfacción y estancamiento.
El contacto con el grupo étnico: “son tan diferentes a mi, no me hallo” “son tan fríos acá, a veces siento que no voy a poder adaptarme” “me junto con otros uruguayos a veces, para no sentirme tan lejos de casa”. La etnia genera en la subjetividad tener un grupo de pertenencia, por lo que para el inmigrante esta pérdida puede afectar mucho en el proceso de adaptación. Ser "extranjero" en ese lugar es una sensación que por lo menos los primeros años convivirá con nosotros. El lograr tener una red de contactos con personas del país de acogida, nos permite entender y aceptar las diferencias que tenemos y conectar con ellos por intereses en común. A su vez, hacer amistades con personas de nuestro país nos brinda la posibilidad de continuar conectado con nuestras raíces.
La tierra: “extraño tanto las montañas de la Patagonia”, “el otro día fui a Madrid y en un momento sentí que estaba en Buenos Aires” “el clima de acá es tan frío, a las 15 hs. ya es de noche, me deprime un poco”. A la hora de emigrar elegimos el país donde vamos a vivir ya sea porque nos ha gustado cuando hicimos turismo, por su situación económica, o por ciertas seguridad y oportunidades que nos brinda ese lugar. Sin embargo, la pérdida de nuestra tierra y clima termina afectándonos. El proceso de adaptación también incluye los factores ambientales provocando cambios en nuestros hábitos.
Riesgos físicos: “a veces me siento discriminado por mis raíces” “el otro día fui a un bar, y un hombre me dijo enojado que me vuelva a mi país” “no duermo bien, estoy nerviosa y me di cuenta que adelgacé mucho en los últimos meses”. Lamentablemente el racismo y la xenofobia siguen existiendo, siendo el inmigrante más propenso a sufrir esas experiencias desagradables. El proceso de adaptación también implica que la sociedad del país de acogida nos integre y acepte nuestras diferencias, a la vez que nosotros entendemos e incorporamos algunas de sus costumbres y hábitos. El no sentirnos adaptados puede afectarnos en nuestro estado de ánimo, y por ende en nuestra salud física y mental.
Señales del duelo:
El duelo es un proceso propio de la experiencia migratoria, y como tal vislumbra ciertos signos o señales que son importantes que conozcamos. Esto nos permitirá poder entender y aceptar las emociones que afloran durante el trabajo de duelo, y poder hacer algo con respecto a eso que sentimos.
Ansiedad, tristeza y angustia por las pérdidas que empiezan a gestarse y que tendremos que elaborar. Algunas personas también somatizan, es decir que por medio del cuerpo expresan su malestar.
Sensación de “estar perdido” y dificultad en la toma de decisiones. La migración puede afectar nuestra autoestima y nuestra identidad. Aquellas cosas con las que nos sentimos identificados empiezan a cambiar y modificarse para dar lugar a una reconstrucción identitaria con el fin de incorporar algunas cosas del país que elegimos vivir.
Frustración, irritabilidad y sentimientos de culpa, principalmente en momentos importantes de nuestros afectos que están en el país de origen y que nos cuesta aceptar que no estamos como quisiéramos.
Conclusión
Iniciamos el artículo comentando que el ser humano circula en una dialéctica de ganancias y pérdidas en el transcurso de su vida. El duelo migratorio habla justamente de las pérdidas propias de esta decisión. Pensar que migrar no conlleva ningún costo nos aleja de la realidad, sin embargo ya hemos hablado en otras oportunidades de las fases de la migración y el proyecto de vida en el extranjero donde podemos encontrar algunas de las ganancias.
Intento quedarme con lo positivo de esto, el duelo migratorio es un trabajo propio de una decisión/o elección que ha sido tomada por cada uno de nosotros. Por lo tanto forma parte de nuestra libertad como sujeto de la vida que elegimos vivir, dentro de las posibilidades y oportunidades que tenemos. A su vez aquello que duele, es porque tiene un valor y significación para nosotros, por lo tanto es una gran oportunidades para que resignifiquemos nuestro país de origen y nuestra historia allí. Hoy somos lo que somos gracias a los que hemo vivido en esas tierras que parecen lejanas pero están más cerca de lo que creemos.
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Artículo escrito por Natasha Drago Grisak
Psicóloga e inmigrante.
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