Dícese de una persona que no es del país propio. Esta definición genera mucha más distancias que los espacios que se sitúan entre palabras. Ser extranjero es encontrarse con diferencias, con la ausencia de lo que es propio y la presencia de lo nuevo. Nos remite a nuestra relación con el país de origen y también con el país de acogida, a recuerdos y a experiencias actuales.
“¿ Eres Argentina o Uruguaya?”
Suele ser una pregunta frecuente que se cuela en una conversación de café en alguna terracita en el centro Barcelonés, en el break de una clase universitaria o en la sala de descanso el primer día de trabajo. Y a pesar de que tal vez ya estés viviendo hace muchos años en otro país en cada nuevo trabajo la pregunta se repite. ¡Y es que nunca dejamos de ser extranjeros!
Por lo tanto cuando uno migra se encuentra y reconoce con el hecho de ser Extranjero. Hoy reflexionaremos sobre algunas situaciones y contradicciones que nos interpelan y nos hacen sentir extranjeros.

Ya no sos turista
Quien ha tenido la oportunidad de viajar por placer y conocer nuevos lugares sabe que no es lo mismo ser turista que inmigrante, aunque en los dos casos se juegue lo extranjero.
Hacer turismo es ser extranjero por unos días -o meses para aquellos que les gustan las vacaciones más largas- usando unas gafas que nos permiten deleitar las diferencias y sorprendernos.
Vivir en otro país es muy distinto, aunque al principio nos sintamos un poco turistas. Ahora nos encontramos con una etiqueta que se sostiene en el tiempo y donde integrarse implica entender o aceptar esas diferencias, que dependiendo del lugar pueden ser muy grandes por el choque cultural que experimentamos.
Es posible que eso que era llamativo al principio comience a molestarnos un poco. Las pequeñas diferencias que antes ni siquiera veíamos empiezan a ser visibles.
Durante un tiempo puede que haya días menos tolerables y que nos preguntemos ¿Qué hago acá? Creo que es necesario permitirnos esas emociones y sensaciones porque son legítimas, nuestra identidad por el momento está muy arraigada a nuestro país de origen.
Ciudadano pero extranjero
Si hay algo seguro es que hay ciertas leyes o permisos que hacen mella en la subjetividad. Quienes tienen doble ciudadanía se encuentran en una situación muy particular “Soy de aquí pero no me siento de aquí”. Ante la ley uno es por ejemplo Español, ante los nuevos círculos sociales el acento denota que es Argentino y puede que la persona sienta algún tipo de identificación con esa ciudadanía heredada o no, eso ya depende de cómo la historia familiar se haya transmitido entre las generaciones.
A otros le sucede lo contrario, impregnados de la historia familiar sienten un cariño por un país que nunca visitaron pero que forma parte de su identidad.
A pesar de estas diferencias podemos pensar que este “permiso” que abre oportunidades, no implica estar exento a sentirse extranjero, porque nuestra identidad supera lo escrito en un documento.
Constructor de puentes
Durante el proceso migratorio nuestra identidad transita por una serie de cambios y transformaciones producto de la integración al país que nos acoge. Que esto suceda es necesario para sentir una pertenencia al lugar. Crear puentes nos sirve para no tener la sensación de pérdida de identidad.
Imaginemos que entre Argentina y el país que elegimos vivir hay un río. Hasta el momento no era un camino transitable por lo que vos, que lo necesitas, decidís crear un puente utilizando materiales de ambos lugares. Este puente refleja la integración de lo que éramos con lo que fuimos incorporando: nuevas formas de comunicación y de relaciones sociales, las comidas típicas, los tiempos de la comunidad.
De repente te ves un domingo comiendo olivas y tomando el vermut, disfrutando la fideuá o la paella el jueves después de las 14 hs, festejando St Jordi y St Joan.
Sin embargo, pienso que muchos crean puentes, conexiones entre lo pasado y lo nuevo para no sentirse tan extranjero: comprar dulce de leche o alfajor Havanna, juntarse con otros argentinos o asistir a eventos y lugares con marca argentina.
Barcelona es una ciudad donde hay muchos extranjeros, están los extranjeros golondrina como suelen ser estudiantes o ciudadanos europeos que saben que será una ciudad de paso y están quienes la eligieron como un lugar para vivir y proyectar su futuro. Tengo un amigo colombiano que, como lo iba a ver, me llamó para que le comprara algún manjar en una cafetería colombiana cercana a mi domicilio. Él es un constructor de puentes, y en cuanto ve la posibilidad lo cruza para estar un poquito más cerca de su Colombia natal.
Somos tan flexibles como creativos para integrarnos y sostener nuestra identidad.
El Visitante
Un/a argentino/a que vive en otro país va a Argentina de visita. Migrar nos relaciona de un modo diferente con nuestro país, es una sensación rara que le sucede a la mayoría. Cuanto más tiempo vives fuera más te conviertes en extranjero en tu propio país. No sos turista pero tampoco residente, sin embargo cada paso que das es un festín de recuerdos.
Una de las primeras veces que visité Argentina alquilé un Airbnb cerca de la que fue mi casa, sinceramente no fue lo más cómodo porque estábamos lejos de todos nuestros allegados y se sabe que cuando vas allí haces una maratón de encuentros para llegar a ver a todos. Pero reconozco que a veces nuestros impulsos inconscientes nos hacen esas jugadas. Y tomarme un taxi para volver al hospedaje era recuperar esos trayectos perdidos hace años para volver a “casa”.
Uno quisiera que el tiempo se parara y que nada cambie, pero no sería justo. Uno cambia y el país de origen también, aunque a veces cueste notarlo. Eduardo Galeano se exilió junto a su esposa en Europa hasta que pudo volver y entre tantos escritos que hizo hay un sueño en el Libro de los Abrazos que refleja un poco esto:
“Helena volvía a Buenos Aires, pero no sabía en qué idioma hablar ni con qué dinero pagar. Parada en la esquina de Pueyrredón y Las Heras esperaba que pasara el 60, que no venía, que nunca vendría”
Ser visitante provoca muchas sensaciones que dependerá de cómo estemos elaborando el proceso migratorio y nos posicionará en un nuevo lugar con respecto a nuestro país de origen. Cada visita es diferente y movilizante, por lo que uno va aprendiendo a transitarlas de la mejor manera.
Mi respuesta a la pregunta
Antes de migrar la única experiencia que tenía como extranjera era cuando iba de turismo al exterior y cuando me preguntaban respondía que era Argentina. Hoy mi respuesta no es la misma, a pesar de estar orgullosa de mi nacionalidad sé que es solo una parte de mi identidad y que lo que importa es mi historia.
Toda mi familia paterna es uruguaya. Recuerdo a mi tío abuelo cuando venía de visitas, primero se tomaba un bus Montevideo - Colonia para luego subirse al ferry que lo llevaría a la casa de su hermano. En cuanto me veía me decía: “Hola Uruguayita”, con el objetivo de provocarme enojo y de chica más de una vez logró su cometido. Sin embargo recuerdo el Parque Rodó en Montevideo, las mejores vacaciones eran en Piriápolis con toda la familia, el chivito uruguayo, el fainá de mi tía, las murgas y el candombe por el barrio en verano. Por eso a veces me doy la libertad de decir “mitad argentina y mitad uruguaya”.
Saberse extranjero tiene la llamativa contradicción de sentirse perteneciente a varios lugares y a la vez no. Es una sensación rara, diferente pero muy enriquecedora. De alguna manera nos permite disfrutar de nuestros pasaportes imaginarios creando puentes propios.
¿Alguna vez te sentiste extranjero? ¿Cuáles son tus pasaportes imaginarios? ¿Has creado puentes durante tu emigración?
Este escrito lo escribí a los 2 años y medio de haber emigrado, en un momento bisagra para mi proceso migratorio. Hoy, luego de 4 años y ya adaptada al país que me acogió y habiendo iniciado el trámite de nacionalidad española le doy una vuelta de tuerca a mi respuesta: “argentina y uruguaya de corazón, española por elección”
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